Este pequeño cuento navideño está muy vagamente inspirado en diversas experiencias mías y de mis compañeros. Cualquier parecido con la realidad es perfectamente plausible.
Dos timbrazos rápidos en el teléfono y descuelgo mientras me despierto sobresaltado:
—Dime…
—Sube rápido al puente— y el sonoro “clac” del teléfono que se cuelga al otro lado.
Me encontraba en uno de esos sudorosos duermevelas, ligero, pero a la vez ajeno a los quejidos que provocan en los camarotes los balances y pantocazos; piezas encajadas que intentan mantenerse unidas aguantando el movimiento que imprime la mar cuando se cabrea.
De un salto me levanto y me pongo la ropa que siempre dejo al lado de la cama en el camarote. Para llegar al puente solo tengo que subir una cubierta. Al entrar está todo oscuro, como de costumbre, apenas la tenue luz de los radares y el brillo tímido de la luna sobre las crestas blancas de las olas.
Me encuentro al Capitán, con su pelo blanco como el salitre y los ojos llenos de mar, que apenas se le adivinan entre las sombras.
—La pequeña grieta que teníamos ayer en el tanque se ha hecho más grande —dice con pausada preocupación—. Necesitamos aguantar hasta llegar a astillero. Haz lo que haga falta.
Este señor, “el viejo”, como solemos llamarlo con informal deferencia, ha visto de todo en la mar, y sabe que lo mejor es intentar transmitir tranquilidad al resto de la tripulación; pero también que los problemas, en un barco o en la vida, cuanto antes se atajen, mejor. El contramaestre me está esperando y vamos los dos avanzando hasta la proa a trompicones, alumbrándonos el paso con una anémica linterna, entre balances y rachas de viento que arrastran la espuma salada que arrancan al oleaje.

Llegamos al tanque y vemos la fisura por la que brota el gas licuado a borbotones, congelándolo todo a su paso mientras se evapora dejando una nube opaca de condensación. El acero a su alrededor empieza a rajarse debido al frío, emitiendo golpetazos y chirridos angustiosos. Con una manguera inundamos la zona para calentar el acero e impedir que los daños se propaguen. Vemos como esas pequeñas bocanadas de líquido quedan flotando encima del agua y, mientras se evaporan en volutas inflamables, danzan en bonitas espirales sobre el agua, menguando a cada segundo. El cielo empieza a clarear cárdeno, Nostramo y yo, después de aliviar la presión del tanque, empaquetamos la grieta con trapos mojados con la esperanza de que el frío del tanque los congele y tapone la fuga. Nos cuesta un buen rato. Las nubes rosas anuncian que el sol está a punto de salir, y parece que por fin el improvisado tapón se congela y se sujeta a la grieta. No es perfecto, aún se escapa un poco de gas por los pequeños huecos que han quedado, pero lo remendamos un poco más. Suficiente hasta que lleguemos a Ferrol
Al lado del disco rojizo que apenas empieza a levantarse sobre el horizonte aparece la silueta de cabo Prior. Cansados de tanto trajín nos sentamos él y yo a respirar un poco, sonrientes, mientras amanece el día de Nochebuena. La luz empieza a calentarnos la cara y hasta parece que el viento comienza a calmarse y los balances menguan. En la jarcia que sujeta los palos, las gotas saladas refractan la luz, inclinadas, remedando un árbol de Navidad, improvisado y algo tieso, con sus bombillitas de colores. Una racha de viento nos trae por primera vez el olor a turba y a hierba mojada. Nos estamos acercando a tierra.
Preparamos la escala para que se abarloe la falúa que nos trae al práctico, y éste, antiguo camarada nuestro, escala ágil hasta la cubierta.
—Bienvenido a bordo— le espeto sonriente mientras le acompaño al puente. Con su ayuda, el «viejo» nos emboca a la ría, con sus prados aún helados, mientras el timonel más experimentado maneja la rueda. El barco navega con brío entre los castillos de San Felipe y La Palma y, por último, el reviro para atracar. Lanzamos las sirgas a los amarradores para que puedan cobrar las estachas y encapillarlas a los norayes del muelle.
—¡Todo firme!— brama Nostramo.
Es la mañana del día de Nochebuena y pese a todos los contratiempos de esta travesía, hemos vencido, al menos por esta vez, la partida a la mala suerte. Observo los gestos de satisfacción en los rostros ojerosos de los tripulantes, rubicundos por el frío, mientras ven a sus familias, mujeres e hijos, ajenos a nuestras desventuras y quebraderos de cabeza, que agitan los brazos saludando con alegría desde el muelle. Esperando a abrazarlos, a besarlos, a recibir carantoñas. ¡Qué apropiado día para el reencuentro!
A fin de cuentas, como se suele decir, Dios aprieta pero no ahoga. Sobre todo en Navidad.
—Lo hemos logrado, Nostramo.
14 Ene 2024
Vaya! Esto no me lo esperaba! Además de marinero, escritor. 😊 Me gustó el relato y espero leer muchos más.
14 Ene 2024
Muchas gracias, Eva. No hay mucho talento, pero alguna que otra historieta que contar, sí.
15 Ene 2024
Muy bonito, paisano.
Muchas gracias!!!💚
15 Ene 2024
Emocionado cuento de Navidad. Gracias por el regalo.
15 Ene 2024
Un placer!
14 Ene 2024
Es una caja de sorpresas, vecino
14 Ene 2024
Gracias, Miguel.
14 Ene 2024
¡Estupendo! Espero que nos deleites con más relatos de aventuras y desventuras 😁👏🏻
14 Ene 2024
Pues muy bonito, Marino. 😘
14 Ene 2024
Llegar a casa tras una dura jornada y encontrarse con este maravilloso relato. ¡Gracias!
14 Ene 2024
Me ha encantado!. Enhorabuena por el cuento!. Seguro que habrá material para siguientes y como descripcición genial. Encantada de seguirte tambien en ésta faceta desconocida. Hasta la siguiente!.👏👏👏
14 Ene 2024
¡Qué bonito, marino! Los milagros existen, sólo hay que creer en ellos. 👍👍❤️❤️
15 Ene 2024
Pues no sabía que escribía aunque se podía intuir, me parece. Muy bien escrito. Me ha encantado ese «norayes», un plural que en ocasiones me han discutido. Gracias y a subir más.
15 Ene 2024
Que bonito! Me ha encantado. Espero que está faceta suya, desconocida hasta ahora, nos siga trayendo relatos de sus aventuras marinas. Felicidades!
15 Ene 2024
Que disfrute son los cambios de olores en la mar.
Precioso relato , Santi!