Año nuevo en la diáspora.

Posted By santiagoelmarino on 15 Ene 2024 | 0 comments


Este año ha emigrado el penúltimo amigo que me quedaba en mi tierra natal. Uno ha recorrido el mundo, las más de las veces por obligación que por placer, para encontrarse a la vuelta la casa cada vez más vacía. Y no deja de llamar la atención esa manía de que algunos nos intenten vender la emigración forzada como algo deseable. Quizá sea la influencia de tener que venderse a todas horas por internet con sonrisas de cartón. Triunfadores de papiroflexia que se arrugan a la primera salpicadura de la cruda realidad.

Mi 2016 comenzó en un entorno que la gente calificaría de maravilloso. Estrené el Año Nuevo yendo por la mañana a correr un rato en el parque del Olivar en Lima (no, no hago running, salgo a correr con mi camiseta de Jack Daniels). El internauta medio cortaría la historia aquí, para poder henchir el ego recibiendo elogios de lo maravillosa que es la vida en ciudades (más o menos) exóticas. Yo les contaré el resto de la historia.

El día 31 de enero de 2015 me tuve que levantar a las 04:30 para poder coger un avión a Madrid. Después de pasar todo el día sin nada mejor que hacer que matar el tiempo bebiendo cervezas por Malasaña, un vuelo transoceánico a Lima. Cuando era la hora de las campanadas en España, mientras todos ustedes se comían las uvas, un servidor agonizaba en un asiento de clase turista en Iberia, esos artefactos recubiertos de eskai, que alguien ha perpetrado para gozo de algún faquir. Mientras el vecino de atrás me torturaba con sus patadas, y la pobrecilla anciana del asiento de al lado me gaseaba con sus incontenibles flatulencias (a los ochenta y pico los resortes ya no son lo que eran), yo intentaba en vano ver una película y olvidar que no es que no nos dieran ni las uvas, sino que ni tan siquiera se habían dignado a felicitarnos el año, por aquello del meridiano móvil.

A mi llegada a Lima, me conducen al departamento de migraciones de Callao, y espero sentado en un poyo de piedra tres horas, porque como es lógico, el 31 a la hora de la cena, el funcionario estaba disfrutando en casa con su familia, como es natural. Al menos el clima es favorable y me entretengo leyendo un libro, mientras pienso a ver «qué hace un tipo como yo en un sitio como éste». Una vez despachados, me conducen al hotel. Un hotel bonito en el distrito de San Isidro. Con un hambre canina, me dirijo al restaurant, solo para darme cuenta de que todo está ocupado con una cena-cotillón. Limeños alegres disfrutando de sus familias. Resignado pido que me suban un sandwich a la habitación, que llega apenas unos minutos antes de la medianoche. Así es como mi primer minuto del año discurre solo en una habitación de hotel, con dolores variados, cortesía de algún desalmado ingeniero aeronáutico, y un bocadillo que me zampo sentado en calzoncillos en una mesa camilla de esas que encuentra uno en todos los hoteles del mundo. No les extrañará que al día siguiente, evidentemente, sólo me queden ganas de salir corriendo.

Un año más tarde la historia fue parecida. Al menos cené un buen solomillo a la plancha. Esta vez en fondeado en Cape Charles, Bahía de Chesapeake. A medianoche asomo la cabeza con ilusión para ver si estos norteamericanos tiran algún cohete o algo, pero nada. Con los prismáticos miro hacia Norfolk, y lo mismo. Son unos aburridos estos yanquis después de todo. Sólo alguna tímida bocina perturba la fría tranquilidad de la bahía, y tampoco con mucho entusiasmo. Se ve que toda la acción de Nochevieja se concentra de en Times Square.

Saltemos hasta el 31 de diciembre de 2023. Fondeado de nuevo, esta vez en el Báltico. Las frías noches y aún más frías mañanas de Sassnitz. Aprovechando el mismo huso horario que en España, planeamos tomar las 12 uvas. Solo hay un pequeño inconveniente. Que no tenemos uvas. La provisión se ha ido retrasando debido al mal tiempo, y las últimas las comimos hace unos días antes de que se echasen a perder. Además, nos ha tocado cargar a un barquito en la frontera entre los dos años. Gajes del oficio.

De todos modos, me consuela haber vivido unos años interesantes (no pienso hablar de pandemias). Me he reencontrado con viejos amigos, y he hecho otros nuevos. He conocido a personas interesantísimas que nunca jamás volveré a ver y, sin embargo, ese hecho de algún modo me reconforta. He aceptado el mudo desarraigo de saber que apenas queda nada en la tierra que me vio nacer, consolado porque la vida sigue su curso bullendo a borbotones por todas las otras esquinas. También que la verdadera patria de un marino se encuentra en el océano. He leído grandes libros y disfrutado lo que he podido, así que después de todo, el balance no ha sido malo. Espero que este 2024 sea igual de bueno, aunque los primeros instantes hayan sido igual de insulsos.

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